Según datos recientes del Ministerio de Sanidad, cerca de tres millones de personas se encuentran bajo el yugo de la depresión en nuestro país. Un número que podría ser significativamente mayor si consideramos a todas aquellas que no acuden a los centros de salud para tratarse, y que no son contabilizadas en los registros oficiales. Se trata de una pandemia silenciosa, que se instala en nuestras mentes a pesar de todos los avances tecnológicos y de todas las comodidades que disponemos en la actualidad.
Afecta dos veces más a las mujeres que a los hombres, y por edades, la última encuesta nacional de salud estimó que fueron las personas entre los 75 y 84 años el grupo de edad con mayor prevalencia, siendo a partir de los 55 años cuando los casos aumentan con mayor celeridad. Hay que tener presente que la depresión se asocia a un mayor riesgo de ideación y comportamiento suicidas, abuso de sustancias y otras enfermedades psiquiátricas y médicas.
Estar triste no es tener depresión
Diariamente, todos nosotros sufrimos desengaños, contrariedades y fracasos que tienen cierto impacto en nuestro estado de ánimo. Es natural sentirnos tristes ante este tipo de circunstancias, que en general no nos impiden continuar con nuestra cotidianeidad: comemos y dormimos como habitualmente, la capacidad de concentración se mantiene y cumplimos, en definitiva, con las actividades que realizamos normalmente.
La duración de esta tristeza suele ser de unas horas o de unos pocos días, pero no se extiende mucho más en el tiempo. Y a pesar de que es una emoción displacentera, forma parte de nuestro repertorio de respuestas adaptativas: nos conduce a la quietud, a la reflexión y al sosiego. Por lo tanto, la tristeza es una emoción sana que hemos de permitirnos, sin alarmarnos, y dar tiempo a que nuestro organismo la procese. En la depresión, en cambio, los síntomas son más intensos, variados y se prolongan en el tiempo. Veremos a continuación algunos de los más frecuentes.
Síntomas de la depresión
1. La queja principal en aproximadamente la mitad de las personas deprimidos es esa sensación de abatimiento, pesadumbre, infelicidad e irritabilidad, aunque en los casos más graves la persona es incapaz de tener cualquier sentimiento.
2. La anhedonia o la incapacidad de disfrute, junto con el estado de ánimo depresivo, es el principal síntoma de la depresión. Tareas cotidianas como levantarse de la cama o asearse, pueden resultar extremadamente difíciles para la persona.
3. Por otro lado, las personas con depresión presentan características cognitivas o modos de pensar como la autodepreciación, culpabilización y pérdida de autoestima.
4. Es normal que se produzcan cambios físicos, como el insomnio, pérdida de apetito y de deseo sexual, además de diversas molestias físicas como dolores de cabeza, náuseas, vómitos, etc.
5. Las relaciones interpersonales pueden verse afectadas, desde el momento en que la persona se aísla de los demás, facilitando que los demás puedan a su vez alejarse de la persona.
Tipos de trastornos depresivos
Tradicionalmente, se han diferenciado varios tipos de depresión, por ejemplo, si se tiene el cuenta el origen del trastorno, si es fundamentalmente neuroquímico o psicológico, o bien en función de la intensidad y la duración de los síntomas, entre otros aspectos. De forma sintética, podemos diferenciar entre “depresión mayor”, más intensa pero más breve en el tiempo, en ocasiones cíclica, y la “depresión menor”, menos intensa, pero más prolongada en el tiempo, incluso crónica. No es la terminología estrictamente científica, pero llamarlo así nos servirá para entenderlo.
El abuso de sustancias también puede conducir a la depresión, aunque el camino también puede ser el inverso, que la depresión lleve al abuso de sustancias. También se suele hablar de la “depresión premenstrual” (que técnicamente se llama Trastorno Disfórico Premenstrual, y puede ser un poco más complejo que un estado depresivo) o la “depresión posparto o periparto”, asociadas ambas a cambios hormonales, pero también personales y situacionales.
Hace algunos años era más habitual distinguir entre lo que se llamaba depresión “endógena” y depresión “exógena”, y se decía que, en la primera, las causas se hallaban fundamentalmente en el déficit de algunos neurotransmisores, como la dopamina o la serotonina. Y en la segunda, la exógena, se daría por cambios en las circunstancias personales o del entorno más cercano. Pero hoy en día esta distinción esta en desuso, ya que es muy difícil separar ambos fenómenos, internos y externos. Suelen ir juntos siempre.
Hay algunas depresiones en las que aparecen algunos síntomas psicóticos, como delirios y alucinaciones. Se da en situaciones que suponen una ruptura muy drástica en la vida de la persona, como una separación, el fallecimiento de un ser querido o un despido traumático.
Finalmente, talvez ya sabéis que existe la llamada depresión unipolar (con solamente síntomas depresivos) y la bipolar, en la que la persona pasa por etapas de lo que se llama manía o hipomanía, que consisten en estados de ánimo excesivamente altos o un elevado grado de actividad, alternando con períodos depresivos.
¿Por qué nos deprimimos?
Un filósofo británico del siglo XVII popularizó la expresión latina “tábula rasa”, que seguramente todos habréis oído alguna vez. John Locke se refería con ello a que, cuando nacemos, el individuo aparece como una hoja en blanco, inmaculada y lista para ser escrita por primera vez. Todo lo que vaya aprendiendo a partir de entonces irá rellenando esa página y las siguiente, conformando el carácter de la persona. Esta expresión, que ya era utilizada de alguna manera por Aristóteles, contrasta con otra corriente filosófica llamada innatismo, según la cual al menos algunos conocimientos son innatos, es decir, que ya venimos con algunas ideas escritas en esa pagina en blanco que decíamos antes. Platón, al contrario de Aristóteles, era partidario de esta teoría.
¿De qué lado diríais que estamos los Espiritistas?
Efectivamente, del lado de los innatistas, sin menospreciar naturalmente la influencia del aprendizaje en la vida presente. Sería una postura intermedia, propia de filósofos como Kant.
Nosotros sabemos que en nuestra memoria espiritual traemos un conjunto de experiencias de vidas anteriores que se expresan en mayor o menor medida en la vida actual, también en nuestras predisposiciones psicológicas. Desde este punto de vista, es fácil entender que, aunque no seamos del todo conscientes, puede haber elementos de nuestro pasado espiritual que activen trastornos mentales, como por ejemplo la depresión.
Como dice Joanna de Ángelis en Victoria sobre la Depresión, psicografía de Divaldo Franco, “en razón de las herencias ancestrales, mantiene el Espíritu vínculos con las tendencias perturbadoras que, con más facilidad, brotan en su mundo interior, inspirándole conductas agresivas y enfermizas, distintas de aquellas que serían las ideales para su comportamiento”. Más allá de las influencias propias, inscritas en los pliegues del periespíritu, “gracias al proceso de afinidad -continua la noble mentora-, los individuos de carácter semejante más fácilmente se aproximan, manteniendo intercambio continuo, influenciándose recíprocamente”. Tanto encarnados como desencarnados establecen lazos de proximidad con aquellos con quienes están en sintonía, a veces por afinidad de pensamientos y estado de ánimo, a veces por deudas que desean ser saldadas sañudamente.
De todas formas, sin embargo, la responsabilidad última radica en el propio individuo, en el momento presente, que es el único sobre el que podemos tener alguna influencia. El pasado no podemos cambiarlo; y la influencia espiritual será más o menos impactante en la medida en la cada uno se conduzca en cada momento.
La tríada cognitiva
Los pensamientos e inclinaciones a los que se refiere Joana, tienen que ver con lo que en Psicología cognitiva llamamos la triada cognitiva.
La tríada cognitiva consiste en tres procesos cognitivos que nos inducen a considerarnos a nosotros mismos, el futuro y las experiencias de cierto modo negativo. Lo veremos con algo más de detalle a continuación:
1. Consideraciones negativas sobre uno mismo
El primer componente de la tríada se centra en la visión negativa del individuo acerca de sí mismo. La persona deprimida se ve desgraciada, torpe, enferma y con poca valía. Tiende a atribuir sus experiencias desagradables a un defecto suyo, de tipo psíquico, moral o físico. Alberga pensamientos tales como “soy una tonta”, “no valgo para nada”, “nada me sale bien”.
Debido a este modo de ver las cosas, la persona cree que, a causa de estos defectos o errores, es un inútil, carece de valor. Tiende a subestimarse, a criticarse a sí mismo en base a sus defectos.
Piensa que carece de los atributos que considera esenciales para lograr la alegría y la felicidad.
2. Consideraciones negativas sobre el mundo
El segundo componente de la tríada se centra en la tendencia a interpretar las experiencias de manera negativa. Le parece que el mundo le hace demandas exageradas y/o le presenta obstáculos insuperables para alcanzar sus objetivos. Interpreta sus interacciones con el entorno en términos de derrota o frustración: “el mundo es un lugar horrible”, “mi familia es un completo desastre” o “lo que sucede es terrible”.
3. Consideraciones sobre el futuro
El tercer componente se centra en la visión negativa acerca del futuro, sea inmediato (las horas que le quedan por delante del día) o más lejano (la Navidad, cuando estamos en abril, por ejemplo).
Cuando la persona con depresión hace proyectos de gran alcance, está anticipando que sus dificultades o sufrimientos actuales continuarán indefinidamente. Espera penas, frustraciones y privaciones interminables. Cuando piensa en hacerse cargo de una determinada tarea en un futuro inmediato, inevitablemente sus expectativas son de fracaso: “nada cambiará”, “las cosas van a peor” y “lo pasaremos terriblemente mal”.
Esquemas depresógenos
Estos patrones de pensamiento se van forjando a lo largo de la vida, sobre todo durante la infancia y la adolescencia. Son las gafas a partir de los cuales interpretamos lo que nos sucede. En la persona deprimida, estas gafas no están bien graduadas, e incluso en contra de la evidencia objetiva de que existen factores positivos en su vida. Pero no es capaz de verlo. Tiene tan enraizada esta manera de ver la realidad, que es necesario un ejercicio consciente y entregado para poder corregir esta visión distorsionada.
En las depresiones más leves, el individuo generalmente es capaz de darse cuenta de sus pensamientos negativos con cierta claridad. A medida que la depresión se agrava, su pensamiento está cada vez más dominado por ideas negativas, aunque pueda no existir conexión lógica entre las situaciones reales y sus interpretaciones.
En los estados depresivos más graves, el pensamiento del paciente puede llegar a estar completamente dominado por los esquemas depresógenos: está totalmente absorto en pensamientos negativos, repetitivos, perseverantes y puede encontrar extremadamente difícil concentrarse en estímulos externos (por ejemplo, leer o responder preguntas) o emprender actividades mentales voluntarias (solución de problemas, recuerdos). Probablemente, es en este momento cuando la obsesión se puede acomodar en el campo vibratorio del individuo depresivo.
Las personas depresivas tienden a estructurar sus experiencias de un modo bastante irracional. Tienden a asumir juicios globales, extremos, con respecto a los acontecimientos que afectan su vida: “nada funcionará”, “todo es un desastre”. Y sostienen un conjunto de falsas necesidades o exigencias, como: “necesito que me ame” o “fallar es horrible”.
Por contra, el pensamiento racional se basa en datos objetivos y realistas, analiza cuidadosamente las conclusiones de su razonamiento, sin precipitarse. Toma cierta distancia con relación a la veracidad del pensamiento que le surge, distancia que le ayuda a valorar de forma relativa y prudente sus necesidades, sin emitir juicios negativos e irracionales de forma apresurada: “me gustaría, pero sé que en realidad puedo vivir sin ella” o “fallar es desagradable, pero lo puedo soportar”.
Modelos conductuales
Además de cómo pensamos, hay que tener en cuenta la influencia de lo que hacemos, ya en el origen y, sobre todo, en el mantenimiento de la depresión. El individuo deprimido tiende a aislarse, a dejar de practicar actividades gratificantes, a evitar situaciones incómodas. Esta dinámica retroalimenta las interpretaciones negativas sobre sí mismo, el mundo y el futuro, ahondando cada vez más en la depresión.
En este sentido es fácil entender que será imprescindible reactivar la vida de la persona, aunque la principio nada le resulte especialmente estimulante. Cualquier refuerzo positivo será beneficioso, especialmente si tiene que ver con entornos de socialización.
Estrategias terapéuticas
Salir de la depresión es más complejo de lo que parece, y no debemos subestimar la gravedad de la situación. En demasiadas ocasiones se piensa que los trastornos mentales como este se resuelven saliendo más de casa, o viendo las cosas desde el lado positivo. Pero no es suficiente. Los fármacos ayudan a manejar los síntomas, y en muchas ocasiones son necesarios y de valor inestimable, pero no resuelven el problema de fondo.
El tratamiento de la depresión exige un trabajo duro, en el que se combina lo que llamamos restructuración cognitiva, es decir, identificar y mejorar ciertos patrones de pensamiento que se han convertido en habituales, con la activación conductual, recuperando poco a poco áreas de la vida abandonadas. Además, el Espiritismo nos da con una tercera clave que a menudo no se tiene en cuenta en la terapia convencional: fuera de la caridad no hay salvación.
El desarrollo moral junto con la práctica de la solidaridad no solo nos protege de la inestabilidad emocional, sino que acelera la recuperación cuando por algún motivo nos desequilibramos. Una vida guiada por el Evangelio de Jesús es la mejor psicoterapia.
En conclusión: si crees que estás pasando por un momento en tu vida en el que sufres los síntomas que hemos descrito en este artículo, si tus pensamientos habituales se centran en el lado negativo de ti mismo, del mundo y del futuro, y si te sientes cada vez más alejado de los demás, por favor, solicita ayuda a un profesional y frecuenta las reuniones del centro espírita de manera regular, implicándote en el estudio y en las actividades de voluntariado. En Geeak Barcelona encontrarás amigos dispuestos a apoyarte incondicionalmente.
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