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La verdadera felicidad

La búsqueda de la felicidad es un objetivo inherente a cualquier ser vivo, posiblemente el primer objetivo, el más importante. Todos procuramos, de alguna forma o de otra, sentirnos bien, de acuerdo con nuestra naturaleza, y maximizarlo, es decir, sentirnos aún mejor.

Las plantas buscan el Sol, el agua y los nutrientes para crecer y expandirse por los campos; los animales buscan el mejor refugio, las mejores presas, los mejores individuos para reproducirse y colonizar nuevos territorios; hasta los virus, como estamos viendo, buscan nuevos huéspedes a los que infectar, en los que reproducirse y perpetuarse.

Todos los seres vivos huimos del dolor y de las amenazas a nuestra integridad. También las plantas reaccionan ante los cortes y las heridas. No está muy claro si lo que sienten es dolor, ya que carecen de sistema nervioso central y de nocireceptores, que son los receptores celulares que reciben y envían las señales de dolor al cerebro, pero sí está claro que reciben y envían información electroquímica cuando perciben que alguna parte de su organismo está siendo dañada.

En filosofía, se distinguen habitualmente conceptos que muchas veces se confunden: el placer y la felicidad. Complementarios, en todo caso, pero no sinónimos.

Existió una escuela filosófica en la Antigua Grecia partidaria de la búsqueda del placer como fuente suprema de la felicidad, sin preocuparse tanto por el desarrollo de la virtud. El Hedonismo fue su máximo exponente, y para sus seguidores, el placer era el único y supremo objetivo en la vida.

Epicuro, uno de los más célebres defensores de esta escuela, asociaba la felicidad no sólo con los estímulos sensoriales, sino también y principalmente, con la paz y la tranquilidad de la mente.

Las repercusiones del epicureísmo fueron notables en la vida cotidiana de las generaciones posteriores, pues en base a su concepción de la vida se incentivaron tratamientos médicos agradables e indoloros, el trato humano a los enfermemos mentales y el desarrollo de terapias naturales como el masaje y la dieta.

Si bien enfatizaba el amor y la amistad como factores facilitadores de la felicidad, su visión material de la existencia no admitía la sobrevivencia del alma tras la muerte y, aunque creía en la existencia de dioses, de acuerdo con el politeísmo griego, Epicuro sostenía que estos no se interesaban demasiado en las vicisitudes de la especie humana.

Podemos considerar a Epicuro como el precursor de la filosofía materialista y racional: su visión del mundo se limita a lo que los sentidos alcanzan, a una vida que discurre entre el nacimiento y la muerte. Es una filosofía práctica que incorpora atributos racionales, como la moderación y la prudencia, el análisis de costes y beneficios y, en cierta medida, la consideración por el medio plazo.

Pero, ¿qué carencias vemos en esta filosofía de vida?

El Espiritismo nos enseña muy claramente, sin margen de dudas, que los dos máximos obstáculos a la felicidad que esta vida nos permite son el egoísmo y el materialismo.

El egoísmo, según leemos en El Evangelio según el Espiritismo, es “el mayor obstáculo a la felicidad de las personas”, es “la negación de la caridad”, que es su virtud antagonista y embarcación segura hacia la verdadera felicidad.

El egoísmo coloca en primer lugar, ante cualquier persona o cosa, el interés propio, interés unido al bienestar material e inmediato, a la posesión material, a la tenencia. Así pues, egoísmo y materialismo son dos doctrinas inseparables.

Cuando ampliamos los horizontes de la materia y de la vida más allá de ella, es inevitable admitir nuevos factores que intervienen en nuestra felicidad, e incorporamos otras virtudes no materiales, como el altruismo, el sacrificio por el prójimo, aun a costa de nuestra propia satisfacción material inmediata.

En El Libro de los Espíritus, en la pregunta 799, los Espíritus afirman: “al destruir el materialismo, que es una de las plagas de la sociedad, el Espiritismo hace que los hombres comprendan dónde reside su verdadero interés” – su verdadera felicidad, podríamos decir también.

Al destruir los límites de una vida que comienza en el nacimiento y acaba en la muerte, al destruir los límites que la piel nos impone, un mundo nuevo se abre ante nosotros, un mundo en el que interactúan seres inmateriales con seres materiales, un mundo interconectado por el pensamiento y la energía.

Más adelante, el Codificador aclara con entusiasmo: “el Espiritismo es el opositor más temible del materialismo”, ya que revela lo que estaba oculto, promete consecuencias para todos y cada uno de los actos que practicamos, menosprecia el valor del goce de los sentidos, un juego de niños al lado de los goces del alma, de la oración sincera, del sentimiento honrado, de la caridad cristiana.

Ahí reside la verdadera felicidad: en el amor a Dios y al prójimo. Toda la doctrina trata de explicar cómo y por qué de estos dos sencillos preceptos.

“Fuera de la caridad no hay salvación” quiere decir: en la caridad encontraréis la felicidad, “porque a la sombra de este estandarte viviréis en paz”, dice en El Evangelio el apóstol Pablo, “porque aquellos que la hayan practicado encontrarán gracia delante de Dios. Esa divisa es la antorcha celestial, la columna luminosa que guía al hombre en

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