“No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí. Hay muchas moradas en la casa de mi padre. Si así no fuera, yo os lo habría dicho, pues me voy a prepararos un lugar. Y después de que me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo esté, también estéis vosotros.” (San Juan, 14:1 a 3.)
El Evangelio de hoy nos aclara el significado de lo que Jesús quiso decir con Muchas Moradas.
Por un lado, sabemos que se refería a la existencia de muchos planetas habitados, de hecho, todos están habitados, como algunos autores espíritas nos lo han sugerido, aunque no con formas y materias que podamos reconocer, ni siquiera imaginar.
Estadísticamente, no tiene ningún sentido pensar que sólo la Tierra está poblada de seres orgánicos. Hay planetas en lo que se llama “zona de habitabilidad” para los requisitos de la especie humana, mucho más antiguos que la Tierra: miles de millones de años más antiguos, o mejor, millones de millones de años. ¿Cómo no aceptar científicamente la idea de que la vida se extiende por doquier?
Lo cierto es que las distancias entre las galaxias son enormes, y por eso, talvez, no nos han visitado todavía otras civilizaciones. Talvez haya otros motivos, talvez no quieran interferir, aunque nos observen.
Vivimos en la actualidad una época increíble en la exploración espacial, con las apasionantes misiones a Marte, como la de la NASA con el rover Perseverance, que ya da sus primeros pasos en el suelo marciano en busca de evidencias de vida; con las inversiones de Elon Musk y otros emprendedores espaciales en nuevas formas de propulsión. Son avances muy importantes para el desarrollo de la especie, aunque signifiquen mucho dinero invertido. Nos ayudan a crecer y, el día en el que confirmemos vida en otro planeta, y aún más, el día en que la conozcamos, muy probablemente acabarán o disminuirán los conflictos dentro de nuestro planeta, porque sabremos que no estamos solos, que no tiene sentido destruirnos, luchar entre nosotros. Ya veremos qué sucede. El ser humano progresa lentamente.
Jesús ya nos lo dijo, y los Espíritus también. Hay muchos planetas habitados en el Universo. Camille Flammarion, prestigioso astrónomo contemporáneo y amigo íntimo de Allan Kardec, lo recogió en su libro publicado en 1862 La Pluralidad de los Mundos Habitados. Flammarion, por cierto, dedicó unas palabras al Codificador en el funeral de este.
Pero aquí los Espíritus nos hablan de una interpretación simbólica de la parábola. Muchas moradas también se pueden referir a muchos estados de Espíritu, que también podemos llamar mentales, o psicológicos, dichosos o desdichados. Y, nos explican que, estar en un estado o en otro no depende de lo que acumulamos o dejamos de acumular, sino del uso que hacemos de lo que tenemos.
Dentro de esta encarnación también se aplica, en sintonía con la Ley de Causa y Efecto. ¿Qué uso le damos a lo que tenemos? ¿Qué uso le damos a las experiencias que vivimos? ¿Estamos aprovechando bien esta oportunidad?
¿Cómo interpretamos lo que nos pasa?
Aún en relación a nuestros errores: ¿nos recreamos en ellos? ¿Nos autocastigamos?
Y sobre los errores de los demás: ¿los convertimos en heridas personales?
El mundo que habitemos tras el desencarne, así como nuestro estado emocional actual, dependen de la lectura que hacemos de lo que nos pasa, y de lo que hagamos con ello.
Seamos pues indulgentes con los demás, no demos tanta importancia a sus errores, enviemos ondas de paz y armonía a todos. Y luego, hablemos de paz y de armonía, de felicidad y de prosperidad, en lugar de hablar de desdichas y de calamidades. No le demos energía al mal hablando de él, prestándole demasiada atención.
Con ello, estaremos dando un paso más hacia ese nuevo mundo, interno y externo.
Que así sea.
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